No, mi estimado lector, no me referiré a una confabulación de alguna minoría sexual. Dado que últimamente en ciertos sectores está tan de moda hablar de conciliábulos y reuniones de oscura trascendencia, ahora escribiré sobre una época, la de nuestros abuelos, en que si se vivian complots de verdad. Esta es una historia que tiene como protagonistas a tres mandatarios, dos chilenos y un extranjero, y como invitado estelar a una preparacion culinaria.
Y es que si tuvieramos que hacer el ranking de los complotadores de la historia patria, el primer lugar, por lejos, se lo lleva el linarense Carlos Ibáñez del Campo. Desde su irrupción en política el año 24, el “Caballo” protagonizó una serie de confabulaciones de diversas consecuencias, que dieron que hablar por un largo tiempo, transformandolo en un personaje medular en la historia de Chile. Pero hoy nos extenderemos sobre uno muy particular.
Contextualicemos: año 1948, y tras la caida en desgracia de los comunistas, el Presidente Gabriel González Videla conforma el llamado Gabinete de Concentración Nacional, que incluia a radicales, conservadores y liberales y que tenía por misión dar orden al manejo del Gobierno, sumido en una crisis. Para muchos se vivian momentos complejos, que hacian pensar que el futuro era negro para el flamante bloque oficialista. La austeridad propuesta por el ministro de Hacienda, Jorge Alessandri, no gozaba de popularidad aun; y los críticos al mandatario arreciaban.
Y es en este ambiente que surge la idea entre un grupo de oficiales y suboficiales en servicio activo y en retiro del Ejército y de la Aviación promover un movimiento que depusiera al Gobierno. Por supuesto, quien sería el ungido por dicho alzamiento no era otro que Ibáñez. El plan era mas menos este: aprovechando las huelgas organizadas por la oposicion de izquierda, acuartelar las fuerzas bajo el mando de los oficiales activos y luego tomarse la base aerea El Bósque, de modo de poder presionar por la renuncia de González Videla y que Ibáñez se levantara por clamor popular. Se dice que dicha revuelta, de hecho, era vista con buenos ojos por el Gobierno argentino, cuya legación en Santiago habria estado en conocimiento del asunto.
Aqui el asunto se torna complejo, pues pese al presunto sigilo de las reuniones, el Gobierno toma conocimiento del tema, no quedando clara la fuente: segun algunos uno de los conjurados habria decidido ser finalmente leal al Presidente y denunciar ante las autoridades el hecho. De acuerdo a González Videla, una de las mujeres de los participes de las reuniones habria confidenciado estos datos a la hija del Presidente, Rosita.
El punto es que, una vez conocida la conjura, los complotadores son detenidos y la red no llega a extenderse, fracasando la maquinación. Los principales implicados son condenados en primera instancia, y no bastando con ello, el consul argentino Luis Zervino es declarado persona non grata, en vista de la sospechosa complacencia del Gobierno de Perón con el intento de golpe. Pero posteriormente la Corte Suprema deja sin efecto las condenas, quedando Ibáñez libre de polvo y paja, como tantas veces.
Este movimiento tendria como epílogo, ademas del daño de las relaciones entre La Moneda y la Casa Rosada por el resto de la administración González Videla, las elecciones parlamentarias de marzo de 1949. En ellas ambas partes tendrian motivos para sonreir: mientras Ibáñez era elegido Senador por Santiago con la primera mayoría individual, el Bloque de Concentración Nacional (radicales, liberales y conservadores) ganaba ampliamente, alcanzando mayoría en ámbas cámaras.
A todo esto, y para explicar el título: el complot se conoció con ese nombre dado que varias reuniones de los conspiradores se dieron lugar en un restaurant de San Bernardo, cuya especialidad era justamente el causeo de patas de chancho. Un platillo que le dio sabor a un episodio curioso de nuestra historia.
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