Por Ruderico

Vamos por parte: combatiente heroico de la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, luego de ello defendio al gobierno constitucional en las revoluciones de 1851 y 1859. Justamente en la guerra civil del 51, en la cruenta batalla de Loncomilla recibe una herida de bala que le dejó virtualmente inutilizado el brazo izquierdo, por lo que de ahí a la posteridad pasó con el mote de “El Manco”. Tras años de servicio a Chile, pasó a retiro en 1861, para dedicarse a la vida de familia y a la agricultura, un merecido descanso tras una carrera militar que ya era digna de elogio.
Sin embargo, el llamado de la Patria lo haría vestir nuevamente el uniforme de Chile, al desatarse la Guerra del Pacífico. Alli le correspondio liderar la refundación de aquella unidad que antes de su disolución había entregado jornadas de victoria a las armas chilenas: el Séptimo de Línea. Desde esa posición el coronel Amengual guió, con puño de hierro, pero con amor paternal, a los soldados del Esmeralda, a quienes llamaba “mis niños”, tal como Inostroza narra con ágil pluma. Dicha unidad, con don Santiago a su cargo, se llenó de gloria, y Amengual finalmente recibió un merecido ascenso a General.
Sin embargo, sus últimos años le deparaban lo que conocemos como “El pago de Chile”. Ante el alzamiento de 1891, el Manco decidió, una vez mas, empuñar las armas para defender al Gobierno de Balmaceda. Tras la victoria de los parlamentaristas, fue dado de baja y dejado a su suerte, viviendo, tras años de abnegado servicio, días de miseria. Finalmente, en 1897 fue rehabilitado para morir al año siguiente, siendo su funeral una de las mayores muestras de fervor popular que registre la historia de Chile.
Un Manco heroico en las páginas de la historia patria, que recibiera homenajes en vida y el recuerdo grato de las generaciones posteriores
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